El Diccionario General de la Lengua
Española define la palabra “sustituir” como la acción de “ocupar [una persona o
una cosa] el lugar o puesto de otra.
Ahora bien, hablando en términos
bíblicos, la sustitución está claramente definida en las escrituras de la
siguiente forma: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mr. 10.45).
La sustitución no es un concepto ajeno en
las escrituras, así como tampoco, es un término exclusivamente
neotestamentario. En el libro de Éxodo,
Moisés escribe: Es la víctima de la pascua de Jehová, el cual pasó por
encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los
egipcios, y libró nuestras casas. Entonces el pueblo se inclinó y adoró. (Ex.
12.27). También, en el libro de Levítico leemos lo siguiente: “Habla
a los hijos de Israel y diles: Cuando alguna persona pecare por yerro en alguno
de los mandamientos de Jehová sobre cosas que no se han de hacer, e hiciere
alguna de ellas; si el sacerdote ungido pecare según el pecado del pueblo,
ofrecerá a Jehová, por su pecado que habrá cometido, un becerro sin defecto
para expiación. (Lev. 4:2-3).
Hasta aquí, hemos visto tanto en el
antiguo como en el nuevo testamento, que la sustitución es la imagen de una víctima
inocente ocupando el lugar de persona, con el propósito de sufrir su castigo y
librarlo del mismo. Una acción de esta
magnitud, no sólo es loable, sino altruista. El problema más grande de toda la
escritura es este: ¿Cómo Dios en su santa justicia puede otorgar misericordia a
pecadores que merecen juicio? La respuesta es a través de un sustituto, un
sustituto que reciba el castigo por los pecados de un transgresor, mientras que
el transgresor recibe el perdón de sus pecados.
La práctica neotestamentaria respecto de
la víctima sustitutoria, se encuentra desde la caída del hombre, cuando Dios le
muestra Adán que la paga del pecado es la muerte, realizando el primer
sacrificio de una víctima inocente para fabricar vestidos que cubrieran la
desnudez de Adán y Eva con pieles de animales. Desde ahí, Dios mostró la
necesidad de un sustituto y para ello estableció un sistema sacrificial bajo el
antiguo pacto, que anticipaba el sacrificio de Cristo.
¿Qué propósito tenían los sacrificios
bajo el antiguo pacto? Una respuesta rápida a la pregunta, sería mostrar la
gravedad del pecado y la necesidad que los mismos fueran expiados o cubiertos
por medio de la sangre del sacrificio derramada. Para ello, Dios estableció un
sistema complejo de ofrendas diarias, semanales, mensuales, anuales y
ocasionales las cuales se encuentran detalladas en los primeros cinco capítulos
del libro de Levítico, las que, mediante un ritual explícito en el que la
persona que ofrecía el sacrificio, ponía sus manos sobre la víctima simbolizando
la transferencia de los pecados y luego procedía a sacrificar el becerro, dando
a entender que la víctima ocupaba su lugar. Posteriormente, el sacerdote
rociaba el altar con la sangre de la víctima sustituta para “expiar” o cubrir
el pecado del transgresor, porque “sin derramamiento de sangre, no se hace
remisión de pecados”. (Heb. 9.22)
En este sentido, es necesario recordar
que “la vida de la carne está en la sangre, y yo (Dios) os la he dado
para hacer expiación sobre el altar por nuestras almas, y la misma sangre hará
expiación de la persona” (Lev. 17.11), dando a entender que el énfasis
no está en la sangre que corre por las venas, sino el símbolo de la vida
terminada por la sangre que es derramada, que simboliza una muerte violenta.
Por otra parte, el texto nos recuerda que la sangre hace expiación, entendiendo
que la expiación trae vida por medio de la sangre derramada, señalando
de forma explícita que una vida debe morir, y una víctima sustituta toma su
lugar para ser sacrificada.
Ahora bien, el texto deja en claro que “Dios
ha dado la sangre para hacer expiación en el altar por nuestras almas”, por
lo tanto, el énfasis del texto no sólo está en la sangre derramada sino
también, en quién proporciona la sangre para expiación, quedando absolutamente
claro que los sacrificios no son un recurso provisto por el hombre, sino un
medio de expiación dado por Dios mismo.
Continuando en el A.T., el relato de éxodo
12-14, concerniente a la pascua, nos muestra una revelación que Dios hace de sí
mismo a su pueblo Israel. En primer lugar, Jehová se reveló como el Juez y la
plaga de la muerte de los primogénitos era su trasfondo. En segundo término,
Jehová se reveló como el Redentor. En el décimo día del mes de Nisan, los
israelitas debían seleccionar un cordero, macho de un año, sin defecto y
sacrificarlo en el día catorce del mes. La sangre del sacrificio será untada en
un hisopo y los dinteles y los postes de las puertas eran pintados con la
sangre de la víctima. Dios había anunciado que el ángel de la muerte pasaría ejecutando
el juicio sobre los egipcios. Esa noche nadie debía salir de sus casas, ya que
estaban al amparo de la sangre rociada y el Señor había prometido pasar por
alto toda casa señalada con la sangre y protegerla de la destrucción. En tercer
lugar, Dios se reveló a Israel como el Dios del pacto, los había redimido para
hacer de ellos su pueblo y la pascua tenía un objetivo claro: “recordar la
bondad de Jehová perpetuamente”.
Es la víctima de la pascua de Jehová, el
cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando
hirió a los egipcios, y libró nuestras casas. Entonces el pueblo se inclinó y
adoró. (Ex. 12.27).
El mensaje es claro. Ellos habían sido
librados de la muerte por medio de la muerte de los corderos pascuales, El
apóstol Pablo dice que “nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por
nosotros” (1 Cor. 5.7); el Juez y el Salvador son la misma persona. “Dios salió
por en medio de Egipto y pasó por “encima” de las casas de los israelitas para
protegerlos”, mostrando que Dios en Cristo nos salva de su propio juicio. Por
otra parte, el relato de la liberación de Israel nos muestra que, para alcanzar
la salvación fue y es a través de un sustituto que muriera en su lugar. Finalmente,
no se puede enajenar la sustitución de la sangre rociada después de haberla
derramado, dando a entender que tenía que haber una apropiación individual de la
provisión divina; Dios tenía que ver la sangre antes de salvar a la familia. De
esta forma la familia es comprada (redimida) por Dios para ser un pueblo consagrado
para Él y para su gloria.
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