A lo largo de la
historia de la iglesia, la mayoría de los grandes teólogos han sido pastores.
Por ejemplo, además de su trabajo de reformar la iglesia, los reformadores
tenían responsabilidades pastorales habituales. Los líderes del movimiento
puritano inglés del siglo XVII, hombres como John Owen, Richard Baxter, Thomas
Goodwin, y Thomas Brooks, fueron pastores. Como pastores, ellos fueron sobre
todo estudiantes de la Biblia, no simplemente comunicadores, administradores o
consejeros. Su conocimiento e interpretación de la Biblia estuvo caracterizada
por la precisión. Ellos trabajaron duro enseñando y predicando.
Al observar estas
líneas, la conclusión es simple: quienes enseñan deben ser estudiantes
diligentes de las escrituras. Es una pena decirlo, y a la vez, debemos
reconocer que es una realidad innegable: hay muchos pastores que tienen un
conocimiento básico de las escrituras y dedican muy poco tiempo para estudiar la
Biblia. Para poder pensar y hablar bíblicamente, un pastor debe dedicar buena
parte de su tiempo escudriñando los tesoros de las escrituras, que, dicho sea
de paso, es una fuente inagotable de riqueza y sabiduría.
“Apto para enseñar”
indica la suficiente competencia en el conocimiento de la Palabra de Dios, así
como la aptitud para comunicar a otros las verdades fundamentales del
cristianismo. Esto requiere, por supuesto, haber sido enseñado de forma
conveniente.
Es a este profundo
estudio de la Biblia al que Pablo llamó a Timoteo. Es esencial la continua
experiencia de ser nutrido con las verdades de la Palabra de Dios. Un ministro excelente debe leer la
Palabra, estudiarla, meditar en ella y dominar su contenido. Solo entonces
puede estar ante Dios “aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse,
que usa bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15).
En 1 Tim. 4:6, Pablo dice a Timoteo: "Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido", refleja el conjunto de la verdad
cristiana que se presenta en las Escrituras. Si la Palabra es “inspirada por
Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto,
enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16-17), un ministro debe
conocerla. No hay premio alguno para la ignorancia bíblica. El asunto no es
cuán buen comunicador es un hombre, o cuán bien conoce la cultura y los asuntos
contemporáneos, ni siquiera cuán bien conoce los problemas particulares de su
rebaño. El asunto es cuán bien conoce la Palabra de Dios, ya que la revelación
de Dios evalúa perfectamente todas las cosas en todo tiempo y toda la vida, y
las orienta hacia la voluntad divina. Es a través del conocimiento de la
Palabra que el pastor cumple con su llamamiento para dirigir a sus ovejas
mediante el crecimiento espiritual a la semejanza a Cristo (1 Ped. 2:2); la buena
doctrina es esa enseñanza que está firmemente arraigada y da fruto desde una
correcta interpretación de la Biblia, no desde sistemas humanos, de
especulaciones teológicas o filosóficas. La teología exegética debe ser el fundamento
de la teología bíblica y sistemática. Un ministro excelente debe tener
conocimiento de la verdad bíblica, tanto en su profundidad como en su amplitud.
La iglesia debe saber
y establecer claramente la diferencia entre la verdad y el error y conforme a
eso, edificar al pueblo mediante la Palabra de Dios. El Señor tiene a los
pastores como responsables de advertir al pueblo acerca del peligro espiritual
y el error doctrinal. Si los líderes espirituales fallan en hacer lo que está
ordenado, tendrán que responder ante Dios. Pablo escribe a Timoteo: “esto
te escribo, para que si tardo, sepas como debes conducirte en la casa de Dios,
que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad.”