Todo esfuerzo humano por encontrar la
felicidad carece de sentido debido a la depravación radical del hombre
producida en la caída, pues el apóstol escribe: “no hay justo ni siquiera uno, no
hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Rom. 3.10-11), e Isaías
reafirma esta verdad diciendo: “todos nosotros nos desviamos como ovejas, cada
cual por su camino” (Is. 53.6), por lo tanto, podemos resumir esta aseveración
en esta frase: “todo fuera de Dios es sin sentido y futil”.
El rey Salomón indagó sobre la
sabiduría humana, el trabajo, la búsqueda del placer, el sacrificio del hombre,
la acumulación de riquezas, la avaricia y
el egoísmo del hombre. El libro de Eclesiastés representa la dolorosa
autobiografía de Salomón quien, durante gran parte de su vida, desperdició las
bendiciones de Dios en su placer personal en lugar de la gloria de Dios. Él
escribió con el objetivo de advertir a las generaciones siguientes para que no
cometieran el mismo error trágico, en gran parte de la misma manera en la que
Pablo escribió a los corintios (1 Cor 1.18–31; 2.13–16).
“Porque ¿quién sabe cuál es el bien
del hombre en la vida, todos los días de la vida de su vanidad, los cuales él
pasa como sombra? Porque ¿quién enseñará al hombre qué será después de él
debajo del sol? (6:12)”
Estas preguntas retóricas señalan
la amplia brecha que existe entre lo que Dios sabe y lo que los seres humanos
pueden saber.
La falta de reconocimiento de los
límites humanos ha causado que la humanidad valore demasiado sus logros en la
sabiduría, el placer, el prestigio, la prosperidad y la justicia. Esta falsa
confianza es la que ataca el predicador en su tema principal: Vanidad de
vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad. (1:2)
Salomón al concluir su
investigación sobre los asuntos que había indagado, resume su experiencia de la
siguiente forma: “El fin de todo el
discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es
el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda
cosa encubierta, sea buena o sea mala”. El temor a Dios es el principio de
la sabiduría, por lo tanto resulta necio y vano no tomar en cuenta al único Dios
verdadero expuesto en las escrituras, quien es el creador de la raza humana y
quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder (Heb. 1.3)
Dios nos ha declarado por medio de
su palabra, quien es y qué es lo que ha hecho para salvar al mundo mediante su
amado Hijo Jesucristo, por consiguiente, un único camino para alcanzar una vida
plena y con propósito. Mediante la muerte sustitutiva de Cristo en la cruz, alcanzamos
reconciliación con Dios, pues tenemos paz con él (Rom. 5.1), justificación, ya
que por la fe nos ha declarado justos (Rom. 8.1), redención, ya que el hombre sin
Cristo es esclavo del pecado y Satanás (Ef. 1.7), adoptados como hijos (Jn. 1.12;
Rom. 8.15) porque sin Cristo, somos hijos de desobediencia, hijos de ira e hijos del diablo. El apóstol Pablo
manifiesta que sólo en Cristo hay plenitud de vida, porque estamos completos en
él (Col. 2.10).
Resulta un acto de total locura y
necedad, despreciar la plenitud de vida que ofrece Dios
por medio de su amado Hijo Jesucristo. Es un acto fratricida y suicida, despreciar a Cristo como el tesoro más preciado del mundo y cambiarlo por todo lo efímero y temporal. Ni todas las riquezas y bienes de este mundo, pueden compararse a la majestad y belleza que hay en el autor de la vida.
“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los
que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito:
Destruiré la sabiduría de los sabios, Y desecharé el entendimiento de los
entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el
disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues
ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la
sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la
predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero
nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente
tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como
griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios”. (1 Cor. 1.18-24)
La religión del esfuerzo humano
nunca ha conducido a Dios. En la antigüedad fue la religión de las hojas de
higuera de Adán y Eva en el huerto, fue la religión politeísta de Egipto y Mesopotamia,
fue la religión de ritual sin realidad de los fariseos, entre otras; y en la
actualidad, es la religión de las buenas obras de la iglesia católica romana, es
la religión del materialismo, es la religión de la búsqueda del placer y del humanismo
posmoderno que busca encontrar respuestas cavando para sí, cisternas rotas que
no retienen el agua y han dejado al único Dios verdadero fuera de la ecuación
de sus vidas, quien es la fuente de la vida. (Jer. 2.13)