La controversia se ha instalado y el escepticismo ha
dado paso a la incredulidad. Un grupo de personas inclina su oído para atender
a la tradición y otros, para dar crédito a teorías conspirativas y a las tan populares
“fake news” o noticias falsas; lo cierto es que el testimonio de las
escrituras respecto al nacimiento de Cristo en la aldea de Belén ha quedado en
un segundo plano y las discusiones respecto a la fecha del nacimiento de Cristo
ha tomado la delantera en muchos círculos liberales, agnósticos, y aún entre
los evangélicos de hoy. En tal caso, bien haría echar un vistazo a las
evidencias bíblicas e históricas que rodean el nacimiento del Salvador.
En primer lugar, nos encontramos con algunas de las profecías
cumplidas respecto al carácter mesiánico de Cristo:
-
El profeta Isaías
anunció el nacimiento de Cristo: Por
tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a
luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Que traducido es Dios con nosotros). También
nos dice: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado
sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte,
Padre Eterno, Príncipe de Paz”.
-
El profeta Miqueas
nos dice que nacería en Belén de Judea: Pero
tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me
saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde
los días de la eternidad.
Este último punto es de vital importancia para la
argumentación de este artículo, porque el cronista y médico Lucas, quien escribe
el libro de Los Hechos y el evangelio que lleva su nombre, señala que el
nacimiento de Cristo se realizó en los días en que Augusto César era el emperador.
A su vez, el imperio romano tenía gobernaciones y la gobernación que tenía
jurisdicción sobre la región de Galilea y Judea, estaba a cargo de Cirenio, gobernador
de Siria. (Lc. 2.1-2)
La tradición de los censos según el imperio romano,
debía hacerse en las ciudades de origen. No obstante, Herodes el grande sabía
que un censo bajo estas condiciones podría generar una revuelta de los judíos con el imperio
romano, razón por la cual, el censo ordenado por Augusto César se llevó a cabo
bajo el criterio judío, es decir, cada tribu en su lugar de origen. Debido a
que las 10 tribus del norte fueron dispersadas y nunca más volvieron a sus tierras
después del exilio por los asirios, los habitantes de Galilea y de otras
regiones cercanas los cuales eran judíos en su mayoría, tuvieron que regresar a Judea para
ser censados.
Dicho esto, el viaje desde Galilea a Judea sería de
por lo menos 3 días, un viaje más largo de lo habitual ya que los judíos
galileos marchaban por la región de Perea, es decir por el desierto y la
llanura del Jordán evitando a toda costa, transitar por Samaria [1].
José y María, ambos descendientes directos del Rey
David iniciaron su viaje hasta Belén, un viaje que para José debió haber tenido
una motivación especial, ya que quiso dejar secretamente a María cuando se halló
que había concebido del Espíritu Santo, pero como dice la escritura, avisado
por el Señor que el fruto del vientre de María era nacido de Dios, recibió no
sólo a María, sino que también, recibió a Jesús como su legítimo hijo.
La escritura no lo dice, pero personalmente creo que
Dios le mostró a José su plan soberano relacionado con el Reino eterno prometido en los pactos
abrahámico y davídico, las circunstancias que rodearon la maldición de Conías o
Jeconías en lo concerniente a la privación de su descendencia para ocupar el
trono de David debido a la maldición que pesaba sobre él (Jer. 22:24-30), y la
forma cómo Dios sin faltar a su palabra a David y sin quitar la maldición que
pesaba sobre el linaje de Conías, permite que a través del nacimiento milagroso
y virginal de Jesucristo por medio de María, sin tener la descendencia genética de
José, Jesús sea el heredero legítimo al trono de David.
Por otra parte, al examinar las evidencias históricas,
Alfred Edersheim comenta en su libro “la vida y los tiempos de Jesús el Mesías”
lo siguiente:
“Ahora ya no hay nada que esconder, sino mucho que revelar,
aunque la manera de hacerlo sería extrañamente incongruente con el modo de
pensar judaico. Y, con todo, la tradición judía puede demostrarse aquí útil e
ilustrativa. El que el Mesías había de nacer en Belén (Consignado En el Talmud
y en la Midrash) era una convicción establecida. Igualmente lo era la creencia
de que Él se revelaría desde la Migdal Eder, “la torre del ganado” (Targum
Pseudo-Jon. sobre Génesis 35:21). Esta Migdal Eder no era la torre de vigía
para los ganados ordinarios que pastaban por los yermos más allá de Belén, sino
los que yacían cerca de la ciudad, junto a la carretera de Jerusalén. Un pasaje
en la Mishnah (Sheck. vii. 4) nos lleva a la conclusión de que los ganados que
pastaban allí, estaban destinados al sacrificio en el Templo. De hecho, la
Mishnah (Baba K. vii. 7) prohíbe expresamente guardar ganados por toda la
tierra de Israel, excepto en los yermos; y los únicos ganados que podían pastar
en otros sitios, eran los destinados a los servicios del Templo”.[2]
A pesar que el rabinismo judío mantenía un estricto
monopolio sobre el cambio monetario y la venta de los corderos “sin defecto”
destinados para los servicios del templo, providencialmente, Dios permitió que
el nacimiento de su amado Hijo se llevara a cabo en el lugar donde pastaban los
corderos para el sacrificio, concluyendo que el Cristo era el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo, un cordero sin mancha y sin contaminación, ya
destinado desde antes de la fundación del mundo y la ofrenda perfecta que
establecía la ley para los sacrificios continuos en el templo.
Edersheim, comenta además:
“El mismo pasaje de la Mishnah también lleva a inferir
que estos ganados pastaban allí «durante todo el año», puesto que se dice que
estaban en el campo treinta días antes de la Pascua: esto es, en el mes de
febrero, cuando en Palestina cae la lluvia en mayor cantidad. Así, la tradición
judía, en una forma vaga, captó la primera revelación del Mesías desde la Migdal
Eder, donde los pastores velaban los ganados del Templo todo el año. No hay
necesidad de poner énfasis sobre el profundo significado simbólico de una
coincidencia así.
Fue, pues, entonces, en aquella “noche de invierno” el
25 de diciembre que los pastores velaban los ganados destinados a los servicios
sacrificiales, en el mismo lugar consagrado por la tradición como el punto en
que el Mesías tenía que ser revelado por primera vez. No hay razón adecuada para poner en duda la
exactitud histórica de esta fecha. Las objeciones que se le hacen me parece a mí
que no tienen base histórica. El tema ha sido discutido en un artículo por
Cassel en Herzog, Real-Eneye. xvii., pp. 588-594. Pero nos llega una evidencia
curiosa de origen judío. En la adición a la Megillath Taanith (ed. Varsov., p.
20 a) el 9." de Tebheth está marcado como día de ayuno, y se añade que la
razón para ello no se especifica. Ahora bien, los cronistas judíos han fijado
este día como el del nacimiento de Cristo, y es notable que, entre los años 500
y 816 d. de J.e. el veinticinco de diciembre cayó no menos de doce veces en el
9." de Tebheth. Si el 9." de Tebheth, o 25 de diciembre, era
considerado como el día del nacimiento de Cristo, podemos entender el
encubrimiento del mismo. Comp. Zunz, Ritus d. Synag. Gottesd., p. 126”.[3]
La única respuesta ante el cúmulo de evidencias que
rodean el nacimiento del Salvador, es la adoración y la gratitud. No es
solamente el hecho que Cristo naciera un 25 de diciembre o la fecha que sea, a
pesar que las evidencias nos apuntan hacia esa fecha, es el acto de amor y
bondad de Dios para salvar a una humanidad que no podía ni tendrá otra
esperanza de salvación que no sea por medio de Cristo que nos motiva a adorar y
a reconocer la importancia de este magnífico evento. Necesitábamos un Salvador,
un obediente de la ley, uno que tomara nuestro lugar, alguien que nos representara
e intercediera por nosotros delante del Padre, uno nacido de mujer y bajo la
ley para redimirnos de la maldición de la ley, alguien que fuera Dios y al
mismo tiempo hombre, y he aquí, el milagro de la encarnación y el nacimiento
virginal. Cristo, hijo de David, Hijo de Abraham, Hijo de Dios, el Verbo encarnado,
excelso y glorioso es su nombre, los ángeles lo reconocieron adorando con la más
famosa de las doxologías “¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz,
buena voluntad para con los hombres!”.
“Oh noche divina,
nació Jesús”
[1]
Judíos y samaritanos no se trataban entre sí, porque los samaritanos se mezclaron
con los gentiles de modo que corrompieron la naturaleza del Israel étnico.
[2] Alfred
Edersheim. (1988). La vida y los tiempos de Jesús el Mesías. Barcelona: CLIE,
p. 225.
[3] [3]
Alfred Edersheim. (1988). La vida y los tiempos de Jesús el Mesías. Barcelona:
CLIE, p. 226.