
El sacrificio y muerte
de Cristo por los pecadores, el reino de Cristo y su futura gloria, son la luz
que tenemos que buscar en cualquier libro de las Escrituras que leamos. La cruz
de Cristo y su corona son la clave a la que debemos aferrarnos si hemos de
encontrar nuestro camino cuando enfrentamos alguna dificultad en nuestra
lectura bíblica. Cristo es la única llave que abrirá muchos de los lugares,
aparentemente oscuros, de la Palabra. Algunos se quejan de que no entienden la
Biblia. Y la razón es muy simple: No utilizan la clave. Para esas personas, la
Biblia es como los jeroglíficos en Egipto. Es un misterio y lo es, simplemente
porque no conocen ni emplean la clave.
a.
Todo el sistema
sacrificial del Antiguo Testamento estableció a Cristo crucificado. Cada animal
ofrecido en un altar era una confesión práctica de que era necesario un
Salvador que muriera por los pecadores, un Salvador que quitara el pecado del hombre,
por su sufrimiento, como su Sustituto, es decir, que padeciera en su lugar (1
P. 3:18). ¡Es absurdo suponer que el sacrificio de animales inocentes, sin más
objetivo que la sola muerte, podría agradar al Dios eterno!
b.
Fue Cristo a quien Abel
miró cuando ofreció un mejor sacrificio que Caín. No sólo era mejor el corazón
de Abel que el de su hermano, sino que demostró su conocimiento del sacrificio
vicario y su fe en la expiación. Ofreció los primogénitos de sus ovejas
incluyendo su sangre y, al hacerlo, declaró, implícitamente, su convicción de
que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado (He. 9:22; 11:4)
c.
Fue Cristo de quien
profetizó Enoc en los días de extrema maldad antes de la inundación. “He aquí”,
dijo, “vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio
contra todos” (Jud. 14, 15).
d.
Fue Cristo a quien vio
Abraham cuando habitó en tiendas en la tierra prometida. Él creyó en la promesa
de que por su simiente, por uno nacido de su familia, todas las naciones de la
tierra serían bendecidas. Por la fe, vio el día de Cristo y se gozó (Jn. 8:56).
e.
Fue Cristo de quien
habló Jacob a sus hijos mientras agonizaba. Aclaró, puntualmente, la tribu de
la que nacería y predijo que “se congregarán todos los pueblos” en su
presencia, lo cual aún está por cumplirse. “No será quitado el cetro de Judá,
ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se
congregarán los pueblos” (Gn. 49:10).
f.
Fue Cristo quien
constituía la sustancia de la ley ceremonial que Dios dio a Israel por medio de
Moisés. El sacrificio de la mañana y de la tarde, el derramamiento continuo de
sangre, el altar, el propiciatorio, el sumo sacerdote, la Pascua, el día de la
expiación y el chivo expiatorio, eran imágenes, tipos y emblemas de Cristo y su
obra. Dios tuvo compasión de la debilidad de su pueblo. Él les enseñó a
“Cristo” paso a paso, línea por línea y, por medio símiles, tal como enseñamos
a los niños pequeños. Fue en este sentido, especialmente, que “la ley ha sido
nuestro ayo” para guiar a los Judíos “a Cristo” (Gá. 3:24).
g.
Fue Cristo hacia quien
Dios dirigió la atención de Israel con todos los milagros que diariamente se
hacían frente a sus propios ojos en el desierto. La columna de fuego y la nube
que los guió en el desierto, el maná del cielo que cada mañana les daba para
comer, el agua de la roca golpeada y todos los demás milagros, cada uno era una
figura de Cristo. La serpiente de bronce, en aquella ocasión memorable en que
Dios envió la plaga de serpientes ardientes sobre ellos, fue, sin lugar a
dudas, un emblema de Cristo (1 Co. 10:4; Jn. 3:14.)
h.
Fue Cristo de quien
eran un tipo todos los jueces. Josué, Gedeón, Jefté, Sansón y todos los demás a
quienes Dios levantó para librar a Israel de su cautiverio, todos eran emblemas
de Cristo. Débiles e inestables y tan deficientes como eran, fueron usados como
un ejemplo de que vendrían cosas mejores en el futuro lejano. Todo tuvo la
intención de recordar a las tribus que vendría un Libertador superior.
i.
Fue Cristo de quien el
rey David era un tipo. Ungido y elegido cuando pocos lo honraban, cuando era
despreciado y rechazado por Saúl y todas las tribus de Israel, cuando era
perseguido y obligado a huir para salvar su vida. Fue un hombre que sufrió
durante toda su vida y, sin embargo, fue un vencedor; en todas estas cosas,
David representaba a Cristo.
j.
Fue Cristo de quien
todos los profetas, desde Isaías hasta Malaquías hablaron. Ellos vieron a
Cristo como a través de un espejo, oscuramente (1 Co. 13:12). Algunas veces
anunciaron los sufrimientos de Cristo y, otras, las glorias que vendrían (1 P.
1:11). No siempre aclararon la diferencia entra la primera y la segunda venida
de Cristo. Como dos velas en una línea recta, una detrás de la otra, a veces,
vieron ambos eventos al mismo tiempo y hablaron de ellos simultáneamente. A
veces, fueron movidos por el Espíritu Santo para escribir de los tiempos del
Cristo crucificado y, a veces, de su reino en los últimos días, pero lo cierto
es que la muerte de Jesús o Jesús reinando, es el pensamiento trascendente que siempre
encontraremos en sus mentes.
k.
Es Cristo, digo
enfáticamente, de quien todo el Nuevo Testamento está saturado. Los Evangelios son Cristo viviendo, hablando y
desplazándose entre los hombres. Los Hechos son Cristo predicado, publicado y proclamado. Las Epístolas son Cristo escrito, explicado y exaltado.
Subrayo de nuevo: Desde Mateo hasta Apocalipsis, hay un nombre por encima de
todos los demás y es el nombre de Cristo.