La iglesia es una institución divina, formada desde la idea
de Dios y formalizada a través de Jesús en Mateo 16:18. Comenzada por los
apóstoles, pioneros del evangelio y materializada con la iglesia primitiva. Su
punto inicial ocurrió en el aposento alto, en el día de pentecostés cuando
descendió el Espíritu Santo quien guiaría a la iglesia desde su inicio hasta el
día de hoy.
La iglesia por
lo tanto, tiene como cabeza a Cristo (Efesios 5:23) y NO al hombre, y por esta
razón ha perdurado a pesar de los permanentes enfrentamientos que ha tenido a
lo largo de toda su historia. Sin embargo, siempre han existido hombres que,
dejándose llevar por la carne y por los enemigos que todo cristiano tiene, han
manipulado la obra. ¿Por qué lo permite Dios? Porque ha entregado a estos
hombres a las consecuencias que les trae la vanagloria y la jactancia. Dios no
comparte su gloria con pecadores, para que nadie se jacte de sus obras delante
de su presencia.
Esta
institución ha prevalecido por el solo hecho de ser divina, aún cuando el ser
humano ha desvirtuado su propósito; y hoy como tal, ha sido levantada y
dignificada gracias a Cristo.
Desde los
tiempos de David, hubo el deseo de entregar una ofrenda de excelencia a través
del templo que su hijo Salomón levantó, para que éste contuviera el arca del
pacto y donde la tribu de Levi pudiera alabar y adorar a Dios en una estructura
hermosamente fortificada. Así mismo hoy la iglesia, sin ayuda de gobiernos, ha
construido templos de reunión con el exclusivo propósito de entregar ofrenda a
través de nuestro servicio de comunión y exaltación, y sus miembros no han
escatimado en recursos para entregar la excelencia a quien se la merece. Desde
Abel y Caín se ha observado que la mediocridad es un mal presente en la
humanidad, sobre todo si se trata de ofrendas al Dios altísimo, y que traen
graves consecuencias a quienes la ejercen. Con esmero se ha formado una
institución que ha impactado a la sociedad, siendo incluso el medio de
rehabilitación con más resultados que cualquier otro organismo; ha sido el
lugar de restauración y unidad más llamativo a lo largo de la historia de la
humanidad (hablo de la verdadera iglesia), porque Dios mismo ha puesto en su
pueblo el querer como el hacer y Él se merece toda distinción.
Lamentablemente
hoy vemos como el hombre administrador ha decidido poner su confianza en el
hombre (y no en Dios) para llevar a cabo los fines de la iglesia, para hacer
altar a la gloria humana y obtener por medio de ella el poder dentro de la
sociedad. A causa de esto, debemos distinguir y discernir entre la ofrenda con
excelencia que agrada a Dios, y los medios utilizados para obtener poder y
respeto en la sociedad. Dios no necesita de gobiernos y organismos poderosos
para defender a su iglesia, porque ha dotado de sabiduría e inteligencia a su
pueblo mediante el temor a Jehová, para construir su iglesia y hacer de ella
una poderosa herramienta de luz y bendición en este mundo.
Si creemos que
hoy la iglesia gasta de los bolsillos de sus miembros para su hermoseamiento y
para cumplir aquellos fines que Dios nos dejó en su palabra y no estamos de
acuerdo con ello, no seamos hipócritas, porque teniendo la oportunidad de dar a
nuestro prójimo desposeído, ir en restauración del pobre y del débil,
dotándonos Dios de recursos para dar techo y abrigo al que no tiene, NO LO
HEMOS HECHO, y no queremos dar a la iglesia institucionalizada para hacerlo. Si
dedicamos horas y horas de esfuerzo, trabajo y preparación académica para
alcanzar el éxito y que otros lo vean reflejado en una casa bien ornamentada,
en la honra social y en diversos frutos, y no damos nada para que la obra de
Dios y su reino se expanda y dedicarle un lugar para glorificar su nombre,
estamos siendo mediocres en nuestro servicio y robando de aquello que Dios mismo
nos ha dado. Dios nos dota de talentos, dones, inteligencia, sabiduría y de
frutos del espíritu, y se lo dedicamos al hombre y a nosotros mismos?
Así mismo, aquellos que han buscado respaldo y respuestas en
instituciones humanas como gobiernos, en sistemas humanos como la política, han
ofendido al Dios soberano que servimos y han creado una imagen débil, limitada
y humana de Él.
Dios nos ayude
a entregarle lo mejor, porque Él nos da la capacidad y los medios para hacerlo,
no lo hace el hombre y sus sistemas corruptos. Dios nos ayude también para
discernir y distinguir entre una ofrenda agradable y una ofrenda mediocre, para
no caer como Caín.