En
este mes que reviste una gran importancia para el pueblo evangélico chileno,
pues es el reconocimiento a largos años de lucha y labor en el mundo y nuestro
amado país, queremos esbozar algunos pensamientos en relación a tan insigne
conmemoración.
El libro de Hechos nos narra en su capítulo 2, que tras la llenura del Espíritu Santo, muchas personas de distintas nacionalidades y distintos idiomas “oían hablar de las maravillas de Dios”. Este hecho fue de trascendental importancia, pues el evangelio de Cristo fue llevado a todos los rincones del mundo conocido en ese entonces.
La iglesia comenzó a crecer cada
día y el mismo capítulo 2 de Hechos nos dice que “el Señor añadía cada día a la
iglesia los que habían de ser salvos” Pero con el crecimiento no solo llegó
bendición, sino también comenzaron a introducirse algunas desviaciones
doctrinales que luego se convirtieron en herejías. No podemos olvidar a grandes
hombres de Dios que combatieron con sus vidas para que el evangelio de la cruz
se mantuviera libre de todo error: Agustín de Hipona, Orígenes, Clemente de
Alejandría, entre otros.
Luego de años de lucha, todo
parecía perdido, pues la iglesia de Dios se había sumido en tinieblas
espirituales. Hasta el siglo XV era más importante adorar imágenes y hombres,
que adorar al Creador de los hombres. La Escritura no era más que un montón de fábulas sin
sentido, pues lo que un obispo decía tenía fuerza de ley por sobre la ley de
Dios. A tal punto había llegado el error, que para el perdón de los pecados no
era suficiente el sacrificio de Cristo, sino que era necesario aportar
cuantiosas sumas de dinero que aseguraban el perdón de los pecados pasados,
presentes e incluso futuros. Frente a este negro escenario debemos recordar que
nuestro Dios es el Dios de la historia, quien maneja el curso de los siglos y
para quien no hay nada imposible.

Con las acciones de Lutero se
enciende nuevamente la llama del evangelio en Europa. Calvino recoge este
pensamiento en Francia y Suiza, Casiodoro de Reina en España, más tarde Wesley
en Inglaterra. Otra vez había esperanza en el mundo, otra vez la llama de
Pentecostés volvía a arder.
Esta llama llegaría también a un
lejano lugar sin ninguna importancia aparente, Chile. ¿A quién le podría
importar un pedazo de tierra al fin del mundo? Solo a una persona: a Dios. La Biblia nos dice muy
claramente que por Jehová son ordenados los pasos del hombre y es Él quien
aprueba su camino. Este Dios que ordena los pasos del hombre, ordenó los pasos
de grandes hombres para que trajeran las buenas nuevas de salvación a Chile.
Muy tempranamente en la historia
de nuestro país independiente, encontramos la huella de Dios a través de
valiosos hombres.
El primer evangélico de
prominencia que encontramos en la historia nacional es don Joel Poinsett. Este
pastor presbiteriano es enviado por el gobierno de Estados Unidos como el
primer Cónsul en Chile, con el rango de embajador plenipotenciario. Este gesto
es de suma importancia, pues el primer país en reconocer a Chile como país independiente,
fue Estados Unidos a través de este hombre y su nombramiento. Poinsett llega a
Chile en 1811 y ya en 1812, presenta a don José Miguel Carrera Verdugo, un
borrador de la
primera Constitución Política de Chile. También diseña la
primera bandera nacional y el primer escudo nacional, que en su leyenda lleva
la siguiente frase: “Post Tenebras Lux”, después de las tinieblas la luz,
haciendo clara alusión a este principio bíblico. Cuenta la historia que durante
su estadía en Chile, no solo se dedicó a la política, sino a la evangelización,
principalmente de don José Miguel Carrera, pues al momento de la ejecución de
este en Mendoza, dice la historia que se le llevó un sacerdote para acompañarlo
en sus últimos momentos, a lo que este respondió: no es necesario un sacerdote,
porque tengo a Cristo en mi corazón. De ser cierta este historia, esperamos
encontrar a este prócer de la patria, un día allá en el cielo.
Otro padre de la patria que se
vio influido por los principios bíblicos, fue don Bernardo O’Higgins, quien
trajo a Chile al pastor bautista don Diego Thompson. Este pastor venía con una
gran misión: enseñar a leer a los chilenos más pobres. Su método era el sistema
Lancasteriano y el libro de texto a utilizar el Nuevo Testamento. Este hecho es
de gran importancia, pues los primeros chilenos que aprendieron a leer, lo
hicieron con el libro de los libros: la Biblia.
Trascendental importancia tiene
la colonia americana, inglesa y alemana en la construcción de nuestro país.
Precisamente estas colonias de raíces protestantes, no solo trajeron sus
capitales, industrias y cultura, sino principalmente el evangelio.
Nuestra historia nacional nos
habla de don William Wheelwright, quien construyó el primer tren de Sudamérica,
la primera línea de telégrafos y el alumbrado y alcantarillado público de
Valparaíso entre otras obras. Lo más importante de este hombre, es algo que la
historia oficial de Chile no nos dice: era un hombre evangélico. Su casa era un
depósito de Biblias y todos los adelantos que trajo al país se fundaban en la
convicción de lo que nos dice el libro de Proverbios 11.11: “por la bendición
de los justos la nación será engrandecida”

Quizás
su labor más importante tiene relación con algo muy poco conocido y reconocido.
Este pastor evangélico fue promotor e impulsor de la legislación laica en
nuestro país, lo que más tarde llevaría a la separación entre el Estado y la
iglesia católica de Roma. Trumbull impulsó las llamadas “leyes laicas”: Ley de
Matrimonio Civil, Ley de Registro Civil y la Ley de Cementerios Laicos, pues hasta ese
entonces los cuerpos de nuestros hermanos eran arrojados en los basurales, ya que
la iglesia católica no permitía sepultarlos en sus cementerios. El Cerro Santa
Lucía era el basural en donde dormían los cuerpos de nuestros hermanos
santiaguinos. Don Benjamín Vicuña Mackena, Intendente de Santiago, erigió allí un
monumento con una placa que reza la siguiente inscripción: “A la Memoria de los expatriados
del cielo y la tierra que en este sitio yacieron sepultados durante medio
siglo” Expatriados de la tierra probablemente, pero expatriados del cielo
jamás.
A
este insigne hombre, el gobierno le otorgó la ciudadanía chilena por gracia, en
vista de sus grandes aportes a la nación y al momento de su muerte, en el
senado de la República
se le rindió un minuto de silencio como homenaje a su labor.
Otro
hombre que merece nuestra atención es Juan Bautista Canut de Bon, sacerdote
jesuita español que se convierte al evangelio y utiliza por primera vez la
predicación al aire libre. Este hombre se paraba en las calles de San Felipe,
Melipilla y otros lugares, predicando las buenas nuevas de salvación. Cuando
los niños le veían venir comenzaban a gritar que venía el canuto, diciendo esto
por su apellido. De allí proviene nuestro calificativo de “canutos”.

Parecieran
datos sin sentido, pero todo esto nos muestra dos grandes verdades:
Ø La
primera es que nuestro Dios es quien maneja el curso de los siglos, quien pone
reyes y saca reyes; el Dios que ordena los pasos del hombre. Este gran Dios
pensó en nuestra tierra y nos bendijo. Si hoy nuestro país emerge como una de
las economías más fuertes de Sudamérica, es por la obra de Dios en nuestras
vidas y por la obra de estos hombres a quienes hoy recordamos y homenajeamos.
Cada vez que nos hablen de la historia de nuestra patria, debemos recordar a
estos hombres que la tierra olvidó, pero que el cielo tiene presentes.
Ø Y
la segunda verdad es que si estos hombres del ayer hicieron grandes obras con
muchos menos recursos, cuanto más nosotros para quienes el cielo se ha abierto
de par en par. El aporte de la iglesia evangélica en Chile ha sido reconocido
como fundamental, principalmente en las ciudades y barrios más pobres del país
en donde se levantan sencillos templos de adoración a Dios, sin embargo, no
podemos conformarnos con esto, pues el mandato de Jesús es claro: debemos ser
la sal y la luz del mundo. Aún tenemos una tarea pendiente con nuestro país.
Resulta necesario que la iglesia no solo cure las heridas de la sociedad con el
mensaje del evangelio, sino que evite por todos los medios posibles que esas
heridas se produzcan. El evangelio no solo es reparador, sino principalmente
promotor de vidas que agraden a Dios. Cuando en muchos países vecinos se está
legislando en contra de lo que Dios establece, la iglesia en Chile no solo debe
protestar en contra de dicha legislación, sino que además debe promover una que
sí agrade a Dios. No basta estar en desacuerdo, es necesario ofrecer una
respuesta clara, fundada en la Biblia ante lo que la sociedad está demandando.
Como lo dijera el tosco pescador de Galilea, que usado por Dios convirtió a
multitudes: “Debemos estar siempre preparados para presentar defensa con
mansedumbre y reverencia, ante todo el que nos demande razón de la esperanza
que hay en nosotros”. Es nuestra tarea llevar el evangelio a los colegios, a
los hospitales, a nuestros trabajos, a las universidades e incluso al gobierno,
pues no hay rincón ni persona que Dios no pueda alcanzar.
Ø Concluyo
estas líneas dando gracias a Dios por esta honra que nos entrega de ser
reconocidos a nivel nacional por el aporte que nuestros antepasados hicieron al
país. Muchos nombres pueden quedar escondidos en nuestras frágiles memorias,
otros simplemente pasaron al olvido como tantos de nuestros propios hermanos
que desarrollaron una anónima, pero fructífera labor de evangelización en cada
ciudad y pueblo de nuestro amado país; sin embargo, como lo dijera Gamaliel en Hechos capítulo 5, “si
esta obra es de los hombres, se desvanecerá, mas si es de Dios, no la podréis destruir”
Tal como Lutero lo dijera hace mas de 400
años:
Soli deo gloria...
Solo a Dios la gloria.